A algunas personas nos toca vivir la experiencia más antinatural de la
vida al sufrir la pérdida de un hijo. Hace poco más de tres meses recibí el golpe más duro de mi vida al morir nuestro querido hijo en el parto. Abro este blog como medio de compartir lo que sin duda esta traumática experiencia me ha enseñado y me enseñará, como medio de llegar a las personas que puedan pasar por esto y ayudarlas en lo que sea posible, y también para que las personas que no lo han vivido puedan aplicar toda su comprensión, pues es imposible saber cómo se vive esto sin haber pasado por ello, por mucho que uno lo quiera o pueda imaginar. Abro este blog en honor a mi segundo hijo, Nahián, que siempre conoció este mundo desde dentro de mí y nos inspiró y nos inspira tanto amor.
Cada familia sobrellevará el dolor
como pueda, pero creo que vale la pena compartir y unirse en el dolor en vez de
callarlo y esconderlo. Si las penas,
compartidas, son menos penas, eso es especialmente válido en el caso de que
unos padres vivan una pérdida gestacional, perinatal o neonatal.
Seguramente habrá un periodo inicial en el que se necesite intimidad e
introspección para asimilar algo tan traumático. Pero seguramente haya otro periodo en el que puedas, no te
importe o incluso necesites hablar
de ello. Y aunque pueda haber personas que encuentren consuelo hablando
con otras que no hayan pasado por este trance, parece que es casi imposible explicar
lo que uno siente en estos casos, por lo que resulta especialmente
consolador compartir y desahogar nuestro dolor, expresar lo que sea que nos
salga, con personas que nos entiendan profundamente. Y éstas, sin duda,
son las que hayan pasado por la pérdida de un hijo.
En un primer momento será el otro progenitor el que, habiendo vivido
lo mismo que nosotros, pueda estar en nuestra misma sintonía emocional. Y con solo
recibir su apretado abrazo podamos sentir que no hacen falta ni palabras.
En otros momentos, revivirlo en voz alta, compartir la vivencia minuto a minuto
será inevitable y hasta necesario para seguir caminando y curar la profunda
herida. Reflexionar sobre lo ocurrido, sobre cómo asimilarlo, repasar una y
otra vez los últimos minutos que pasamos con nuestro hijo fallecido, volvernos
a abrazar, saturarnos de silencios negros de dolor y rojos de amor acompañado,
serán actos que seguramente se sucederán uno tras otro repetidamente.
Y en un momento determinado, estaremos preparados para compartir
nuestro dolor y nuestra pérdida más allá de los límites de nuestra familia. En esas
ocasiones, incluso las personas que más nos quieran ayudar, aunque
sean las más amorosas, compasivas y bienintencionadas que uno pueda imaginar, pueden
darnos un punto de vista que en sí mismo nos pueda extrañar o dañar. Pueden
comentarnos que nos ayudará olvidar o que nos ayudará empezar de nuevo en otra
ciudad o en otra casa, que podremos sobrellevarlo mejor si nos deshacemos
cuanto antes de todas las cosas que compramos para nuestro bebé o si escondemos
o damos todo lo que nos pueda recordar a él. Y eso puede ocurrir sobre todo si
no han pasado por esta terrible experiencia. Es posible que a algunas personas
les sirvan esas sugerencias. Pero puede que no y tal vez sientas que justo
cuando te abres a comentar lo que sientes, no hay alguien al otro lado que
pueda comprenderte, pues a ti lo que te apetece no es olvidar, ni
empezar de nuevo, sino recordar para siempre a tu querido hijo, tenerlo siempre
en tu corazón. Muchas veces sin darnos cuenta las personas aplicamos
consejos válidos para un trance emocional causado por unas circunstancias muy
diferentes de las que se tratan en ese momento. Sin querer, y al comentar la
madre o el padre la tristeza que le produce sentarse en cierta silla o mirar
por cierta ventana de la casa porque le recuerdan al embarazo de su hijo
fallecido o al postparto con él vivo antes de que falleciese, es casi inevitable
que nos puedan decir que nos deshagamos de esos objetos o nos alejemos de
esos lugares, como si nuestro trance emocional tuviese su causa en un divorcio,
por ejemplo, o en la separación de nuestra pareja. Pero un consejo muy acertado
para un caso así, puede resultar inapropiado para sobrellevar la pérdida de un
hijo, aunque en ambos casos pueda tratarse de la pérdida de un ser querido al
que querríamos continuar unidos.
En otras ocasiones, pueden decirnos que en cuanto tengamos otro hijo
ese dolor será más llevadero o muy llevadero, que nos quedemos embarazados
cuanto antes. Pero los padres del bebé
fallecido no tienen ningunas ganas de que ese dolor sea más llevadero por tener
otro hijo, porque sienten que sería como traicionar el incalculable amor que
sienten por el que perdieron, porque sienten que un hijo no puede sustituir a
ningún otro, que si viene otro hijo le aportará sus propias alegrías y amor,
pero que siempre recordarán con melancolía y nostalgia al hijo que se fue para
siempre. Además, la idea de volver a tener otro hijo ya está inevitablemente
envuelta en el sentimiento del miedo, miedo a que vuelvan a repetirse los
problemas y, sobre todo, el fatal resultado. Vuelve a ser un consejo que puede
ser válido para muchas personas que ven fallecer a su animal de compañía
querido, y a veces ni es válido en estos
casos, pero que suele aplicarse para este tipo de pérdidas. Si te quedas sin tu
querido animal, suelen decirte que adoptes otro cuanto antes, o si te deja tu
novio, que busques otro cuanto antes y eso mitigará o incluso eliminará tu
dolor. Siempre a la búsqueda de la
eliminación o el disimulo del dolor en nuestra sociedad. En cambio a los
padres de un bebé fallecido les duele pensar siquiera en eso. Callarán por
educación probablemente, por no entrar en una explicación estéril dada la gran
distancia entre los puntos de vista con su interlocutor, pero callarán
seguramente deseando que se terminen cuanto antes esos consejos que les dañan
más que servirles de ayuda.
Vale la pena
hacer un esfuerzo de comprensión. De los padres que se han quedado
sin su querido hijo, intentando comprender que los demás no pueden saber que
sus mejores intenciones resultan dolorosas. Y para ello, es mejor evitar que las explicaciones o consejos de los demás se concreten
y extiendan, adelantándose incluso con una frase a la que se puedan agarrar sus
familiares y amigos para no extenderse en conversaciones dolorosas. A mí me sirve apresurarme a decir “no hay palabras”
tras la que suele ser la frase inicial de “no sé ni qué decir”, porque si tras
ésta sigo en silencio, normalmente le siguen los consejos y vaticinios
dolorosos.
Y también es
necesaria la comprensión del que se entera de la muerte de un bebé gestante o
recién nacido de un amigo o familiar.
Comprensión para callar consejos que ni son eficaces ni bienvenidos, que
generan incomodidad y dolor. Es mejor un fuerte abrazo silencioso y la escucha
activa, tal vez preguntas sencillas si nuestro amigo o familiar tiene ganas de
hablar sobre ello. Pero es mejor evitar frases que intenten minimizar el dolor del tipo “lo
superarás”, “sobrevivirás”, “ya verás como el tiempo lo cura todo”, o incluso “hay
cosas peores”, por mucho que puedan ser ciertas.
También es
doloroso para los padres que se intente evitar el tema, que se actúe
como si nada hubiese ocurrido, sobre todo de cara a los otros hijos. Puede resultar muy confuso que cuando los
hermanos de bebé fallecido saquen el
tema ante abuelos o amistades se
haga un silencio absoluto y las caras se conviertan en totalmente inexpresivas. Recuerdo que tuve que pedir a mi madre, a posteriori,
que mostrase a mi hija su tristeza por la muerte de su nietecito, pues cuando ésta
le dijo que su hermanito se había muerto, simplemente permaneció callada e
inexpresiva. Con esa reacción, mi hija habría podido interpretar que a su
abuela no le importaba lo más mínimo la muerte de su hermanito, o que se trata de
un tema tabú. Y dado que el silencio de los adultos invita al silencio de los
niños, es importante que los hermanos puedan ver que a la familia cercana
también le ha entristecido lo ocurrido y que comparten su dolor, verbalizándolo
llegado el momento. También suele
ocurrir que muchos conocidos y amigos no dicen ni un simple “lo siento”
aunque te tengan a golpe de tecla en todo tipo de redes sociales y por correo
electrónico, de forma que hasta llegues a dudar de si se han enterado
verdaderamente de lo que ha ocurrido aunque tienes casi la certeza de que
tienen que saberlo por uno u otro medio. Conocidos y amigos que en cambio sí te
darían un sentido pésame si hubiese fallecido tu propio padre o tu gatito.
Parece algo tan terrible, y la verdad es que lo es, que ni saben si será
bienvenido un simple “lo siento”. Y a
los padres puede parecerles increíble que esos conocidos sean tan insensibles
ante un suceso así. Como no es el caso, lo mejor es que esos conocidos y amigos
rompan la línea de convertir las muertes de bebés en un tema tabú, envíen una
condolencia a su estilo y permitan con ello que los padres puedan pasar su
duelo de la forma más sana y lógica posible, para que puedan mostrar su
tristeza y puedan recibir condolencias como en cualquier otra pérdida dolorosa.
Parece que si no se habla de ello, no existe y por tanto no duele o duele
menos. Pero no es así. Al propio dolor por la pérdida se suma la falta de apoyo
de los demás en el duelo.
Lo cierto es que hasta para buscar incluso otra casa hacen falta unas
energías que uno no tiene en esos momentos. Una familia que ha pasado por una
pérdida así ni puede ni le apetece empezar de nuevo en la mayoría de
los casos, sino continuar caminando desde donde esté. Esa familia puede ver
cómo sus otros hijos cuentan con ese hijo fallecido entre los hermanos o
incluso preguntan a los padres cuántos hijos tienen en total. Mi hija me
pregunta delante de la familia si yo tengo dos hijos. Y yo le digo que sí.
Entonces ella aclara que uno está muerto. Para nosotros tres es imposible
empezar de nuevo, sólo podemos seguir caminando desde la muerte de nuestro hijo
y hermano por el camino que más positivo resulte pese a eso. Porque cuando
pares a un hijo, o lo gestas hasta una fecha que a ti te ha provocado la expectativa real de la maternidad, es tu hijo para siempre, esté
vivo o esté muerto. Ni puedes ni quieres olvidarlo ni tiene sentido empezar
nada porque con su muerte no se acaba tu amor por él. Lo sigues queriendo igual
en el recuerdo y, mientras lo recuerdes, él sigue existiendo en tu corazón.